diciembre 28, 2009

La ceniza y el barro


La gota de humo que en las cenizas cae
no despide el incienso que debiera
saldar la desconocida culpa,
el inconsciente sello que dio comienzo al festival.

La humareda cae y se desvela
en la incógnita de su misterio:
¿qué culpa me trajo hasta acá?
¿cuál de todos mis muertos debo enmendar?

La capilla ya ha sido incendiada
en la cera de sus velas,
esa puerta ya se cerró.

Sin embargo el negro humo de mi calcinación
se ha quedado quieto,
rodeando mi casa.
Seco,
en una cripta de humo y espinas,
la ceniza se esmera en volverse barro
otra vez.

diciembre 13, 2009

El fuego en la chacra

Una extensa chacra se quema en otoño,
desgranado el fruto, sin nada que objetar.
Las llamas deben alcanzarnos
como el arado restablece el vacío
con sus gotas de hierro fecundo.
El humus de mi carne está expuesto
al fruto por conocer
ahí donde cae la nuez,
donde el pehuén es pisoteado.

Cada flor es una voz recobrada
que cae con el granizo
maloliente a pesticida.
Neoplastia maligna que se extiende entre nosotros;
todos con los sentidos cauterizados,
orgullosos en la ilusión del ego,
temerosos de la obsolescencia,
quejumbrosos del devenir.
Pero todos somos cráteres
desconectados del magma y el respiro,
atónitos ante el enigma de la humareda gris;
habitando la neurosis ingenua
de la muchedumbre individual.

Somos el huérfano,
su padre,
su abuelo, todos
andando en la desgracia del origen,
tiranizados por el árbol familiar,
con un baúl de ruinas a cuestas,
reliquias sin cerradura ni bisagra.

Por lo tanto estamos
clausurados, enrejados y sedientos,
con la cabeza ahogada dentro de un zapato
que se debe descalzar
para que el fuego haga respirar
esa chacra que debemos quemar en nosotros.

diciembre 11, 2009

Girasol-calavera


Danza la calavera en torno tuyo
mientras besas tus huesos
en la ceremonia del olvido de la sal.

Y es que somos un mero hombre ingenuo
que se encoge en su culpa de serlo,
de no ser más que una cáscara vacía de nuez,
un juguete de la percepción que se va quedando
enjaulado en una casa sin puertas,
una puerta sin cerradura,
bisagra clausurada.

Encerrada mi calavera entre mis manos,
sin ser soy lo que sostiene la clausura,
la mano que dibuja sin parar un girasol
seco y desnudo
tropezándose en la noche estéril.
Somos
todo esto que debe ser olvidado,
la casa que debe ser derrumbada,
el fuego fúnebre que se debe encender
sin manos ni cerillo,
sin deudo ni penitente;
solo,
como el huérfano que cae
porque se debe parar.