agosto 28, 2006

Moscas en la alcoba


Ellas se divierten así todos los días, se alzan cuando despunta el alba y comienzan la búsqueda del alimento. Aunque, en realidad, Margarita no sabe muy bien qué es lo que ellas hacen exactamente cuando alguna bate sus diminutas alas sobre las blancas mejillas; no sabe, pero imagina. Imagina que se la comen pausadamente, que la lamen con su trompa, que le quitan los ácaros o, más bien, se dedican a bajarla de sus nubes nocturnas hacia la realidad del día. Pero lo que está más que claro es que, luego de chuparle los poros y despertarla, comienzan su rutina de juegos aéreos en que, moviéndose de un lado a otro con líneas rectas, describen figurillas como escribiendo palabras para nadie.

Pero, como quien escribe, aunque escriba sólo para sí es inevitablemente leído por el papel, ellas son leídas por el aire; y el aire, con el movimiento, se mueve, y también se lleva lo que han escrito en ella y así, el aire y otra mosca leerán lo que ésta escribió para nadie. Sin embargo, esto no es todo, pues, así como la mosca puede leer en el aire con sus innumerables ojos las danzas de otra mosca distante, también, puede olfatear en el aire los olores con su trompa.

Hasta que, repentinamente, y atraída por la danza, otra mosca viene a volar (o escribir) junto a ésta. Al principio parecen cortejarse y vuelan juntas, siempre a una distancia prudente, escribiendo una e imitando la otra como poniendo a prueba la compatibilidad de la eventual pareja. Pero, ante la primera aproximación inoportuna del pretendiente, ante el impulso equivocado, la mosca de Margarita embiste furiosa y el compañero se convierte en invasor, indeseado.

Y así como baten sus alas, se baten a duelo a un metro y medio sobre el suelo. Se empujan, se golpean, se interrumpen el vuelo como rayando la escritura del otro, repetidas veces. Dos poetas en el aire rayándose mutuamente los versos, garabateando el poema del otro hasta caer, muerto de envidia, por el precipicio de la lucha hacia el suelo de la derrota. Alicaído por el rechazo, echa vuelo por el balcón.

Y Margarita no se cansa de ver a su mosca predilecta, sentirla cuando baja nuevamente a posarse sobre su rostro, otra vez a lamerla como se lame al más exquisito alimento, a sacarla del sopor en que descansa. Inmóvil su cuerpo hace varias jornadas, sin que nadie excepto las moscas la interrumpan en el sepulcro de sus sábanas.