septiembre 01, 2009

La fiesta del vecino.

Cristal roto en la cocina.
El humo negro de entre el vidrio salía
en una exhalación que dejaba la ventana abierta
al aire nuevo a que pasara a abrir el día.

El cadáver yacía ahí,
siendo desperdicio de la noche macabra
que en estos muros retumbó hasta anoche
y anoche,
como si de repente se acabara.

Corría el cuerpo desnudo, casi sin piel,
por las tablas ardientes
que una fugaz sombra puso ahí
alguna tarde de rencor.

La verdadera noche se le vino un día al vecino
en menos de lo que tarda el eco
que llega de los gallos hasta acá.

Antes que se acabara la noche,
la noche se le vino encima.
Otra vez la misma casa y otra vez
vuelta a inmolar.
No es nueva esta historia.

Aquí anidaron los cuervos alguna vez.

Pero hoy parece que estos muros y cimientos
han de expirar en su vida útil, pues
ya no puede estar más pulverizada esta madera
ni más carcomidas estas piedras,
ahora que salió el fuego negro de los muros,
ese tizne negrumo que le hollinó los huesos.

Paredes, techo y suelo se pulverizaron totalmente
cuando cayó con fuerza después de los golpes
y rebotaduras secas que dio como pelota
la inflada cabeza de la piñata
anunciando el final de la fiesta de despedida
y el comienzo de la migración.

Esa madrugada,
nadie avisó a los bomberos.
Nadie se sacó los ojos ni entró en pánico.
A nosotros no avisó el repentino ahogo
del gallo en medio de su canto.

Todos alzaron la silenciosa vista
hacia la noche de humo que se le vino
otra vez encima a esta casa; todos,
con su mirada soñolienta de antes de la ducha,
se persignaron sin llorar, sin gritar ni alabar al señor; todos,
caballos y perros callejeros,
bajaron su mirada para agradecer.
Porque esta vez el fuego no era rojo, negro y amarillo.
Pero el fuego azul que salía del centro de esas rocas
hizo tiritar la negra pira de las otras veces.

Tres veces lo vio mi padre, tres veces mi abuelo.
Esta es la última vez que lo vi yo,
y nadie más lo verá ya. Pues esta piñata,
después de tres noches, pateada
por un muy buen desconocido
enviado por el rayo de la madrugada,
quebró la última ventana nefasta
que retenía el almaldita de este hombre.