abril 03, 2006

Habitación infinita


Se ha cerrado la entrada de mi función
su asistencia habita ya la única butaca del pobre escenario de mi vida,
ubicada en sus cinco puntos cardinales, es
el norte que me dirige cuando digo sur
y me traigo poniente con mis montañas valles y semillas
para que la tierra no se oriente sino en sí misma,
el lugar donde habitamos
mi espectador en primera persona y yo.

Mi noche levanta sus cejas,
abre silenciosamente los párpados
en el auspicio de las tantas muertes que se apagan al fin.
El telón siempre ha estado abierto
presentando en solitaria y ambulante propagación,
como residuo de inexistentes días que componen
esta descomposición en que me he vuelto noche,
las líneas que maquillan mi arlequinada cordura.

Y me he ido quedando sin cresta.
Pero mi espalda emplumada hace señas a la inmensidad que se abre
con la habitación que de mí hace esta espectador
cuando abre sus ojos y pare un sol frente a mi
para llenar los párpados y la piel con su magnificente resplandor,
para convocar en esta mutua habitación
la absoluta desnudez de la verdad en que nos vestimos.

Marcado está el inicio
por la primera vocación de la aurora,
nuncio irrefutable de la iniciación del sol
cuando concibe la flora de mis sueños de colibrí infinito.

Espacio con espacio
la distancia no es más que el suspiro con que se la nombra;
cancelar este aprendiz de árbol en espino
es el sino de tu ausencia,
pero entraste en esta noche sin muros y
presencia es la luminiscente morada en que me desenfundas con tu habitar.

Y se multiplica
poblando asistencia se multiplica
convocados nuestros, nuestros frutos florecen sin ser nuestros
sino aprendices de la verdad que son ellos mismos cuando son.

Hemos de habitar nuestra presencia luminosa.