agosto 24, 2005

Transmutaciones

Sucede que pocas veces nos varía el cuerpo,
el panóptico personal desde donde vemos pasar el mundo,
desde donde vivimos el tiempo.
Pocas veces nos sucede que el cuerpo es una caparazón exquisita
que se desliza acariciando el mundo,
permeabilizándose del aire agua y sol.
Cada vez que la sensaciones se nos revuelcan hacia el interior,
y nos vuelca el interior en sensación
renacemos con la alegría de un niño en resplandor,
cuando cada día es nueva travesía
nueva exploración
un redescubrimiento del mundo y del tiempo.
Cada vez que variamos el prisma o prescindimos de él,
nos cambiamos de forma y saltamos el espacio,
cuando soy intrépido transeúnte, cuando abundo en el sol,
vivo el roce infalible del viento
que me encumbra me besa
con su rayo incandescente me suspende en él…

De súbito caigo en la cuenta que las imágenes
se develan simultáneamente, cual espectros en fuga, y
despavoridas huyen
las imágenes, al vestirse el día huyen
de trajes y sombras que ahuyentan a los perros y ladran,
con sus automóviles ladran,
y te lanzan un aullido un ladrido,
con presionar un botón para que la máquina reaccione por él
con latones como coraza contra aire sol y viento,
contra las inclemencias del tiempo,
como pájaros ante la caza,
huyen de la cacerola o la sartén.

Un sol, agua y lava
la generosa tierra es la piel germinante que,
al abrigo del tiempo y al azote del sol y sus humedades, palpita
p a l p i t a…
El calor de la tierra me hará renacer
en brote fuerte y generoso
como fuerte ha sido el dolor
y generosa ha sido la vida
que me renace y me reclama
y me vuelve a arrojar sobre ella
para poblarla con mi aliento y
recorrerla toda con mi abrazo.
Portador de su vida, su luz y obscuridad,
renacido ante las bestias y otras especies,
se me obsequia el hallazgo, adjunta la espera,
y un poco de tiempo
pero el tiempo entre las especies no es infinito y yo
vivo entre los hombres:
esa especie maldita,
favorecida con gran seso
pero condenada a la ceguera
a no ver más que velos ante la verdad
a desconocer su propio mundo y temer
a lo desconocido temer
a lo cotidiano y lo extravagante temer
temer y defenderse
para que nada ni nadie
los asuste ni remezca
y así aguantar...

hasta que un día, cuando abran los ojos y vean
sus sombras en llamas y el fantasma de la muerte
bajar desde el cielo con una canasta
llena de armas y un farol
para alumbrar a los ojos y dirimir
si obsequiar el tiempo la tierra y su beso o
condenar a elegir dentro de la cesta
y esperar
luego contar hasta diez
y caer fulminante,
entre gritos y carcajadas espantosas,
sobre un pantano de sangre y
escombros que son brazos y cabezas y pechos palpitantes
y un peso de cien mazos y látigos y
cuchillos que desgarran tendones y músculos
para el degüelle:
arrancan dientes y uñas y descubren
los huesos para luego quitarlos y quemar las entrañas,
faenados
cada día
eternamente,
para el deleite de los monstruos


Besado por la muerte en las mejillas.
Le conozco de pequeño
en extrañas aventuras
me ofreció su sombra cuando evadía el sol,
una plática entre desconocidos,
nada formal;
me mostró un sendero en la montaña y una cueva,
me habló del oficio, de los hombres y el dolor,
su enflaquecido cuerpo y palidez
por la falta de alimento fresco y sano:
es rapaz, no carroñera
y las presas tienen ya su carne magra
(está la muerte que se muere por inanición).
A su labor está anclada con pasión:
es la última portadora de justicia
luego de la destitución de la tuerta al descubrirla
empeñando la balanza y la espada para apostar por un caballo
y se perdió en la política:
hablando en ciudades, plazas y patios,
repartió abrazos y fotos,
prometió casa, salud y educación y
bajo otro nombre se escabulló.

Me quitó su refrescante sombra y se alejó,
haciendo arder mi sombra y despertarme en sol.

Pocas veces ocurre que nos varía el cuerpo,
nos transfigura el rostro,
nos transmuta un beso, un arrullo con la muerte
y un guiño:
ahora busca, entre presas y carroña,
y yo cargo
con mi propio farol
cargo.