mayo 18, 2008

El enredo de los ingredientes



No llora el ojo ajeno mientras empapas su hombro desgraciado
como si fueras tú quien de la gracia es alejada.

Pero cuando parte de las que llamaras tus virtudes son
de tu gracia alejadas, ni lágrima
sueltas a echar
y así
las virtudes defectuosas
devueltas a estar solas, donde deben
por defecto romperse.

Al romper huevos la virtud llora
salando la cacerola que se bate.

Los brazos por los ingredientes son movidos en el buen batir
del brebaje aristotélico y su maceración…

Pero hoy yo quiero ser el fuego
que da hervor a este matraz
en que se escribe otra noche
que otro alba parirá    
y yo
            arderé-en-la-revolución
y    ar-de-ré-en-la-re-vo-lu-ción


Pero qué hay de la demiurgia que rebate y vuelve a hervir
y a decantar luego los más pesados condimentos.
Hay la alquimia del verbo y el lagrimear del symbolon
otra vez.

Es la cacerola cuyo ingrediente principal es
el amor, aglutinante primario en la preparación de dos
habitantes —yo del silencio, tú—del espíritu y
del mundo ambos
pero separados por la misma elástica membrana
por la espalda a la columna atada.

Solo
cada uno gravitando lejos
del núcleo que retrae
para en reposo amalgamar.
Elásticamente el amor los ingredientes tira devuelta
por una maraña que demora sin detener
en desgastado paso otra revuelta…

¿y qué solución me das? ¿sino cortar el vínculo o tapiar la dirección?
pero a estas alturas no hay solución ni disolución
sólo caída, no reposo,
dentro de antiguo molde sagrado,
talismán arcano y dynamis.

Saciado estuve hoy de tu banquete
–caí dentro de la olla–
y un poco antes del hervor
los ingredientes se rebalsan

yo–no–ten–no–me–queda hoy
            paciencia
yo–no–ten–no–me–queda hoy
paciencia.



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